La literatura infantil y Juvenil (LIJ), entendida esta como las obras de creación para niños y jóvenes (y las escritas por estos colectivos) y exceptuando los textos de carácter educativo, atraviesa en la actualidad un gran momento. Los organismos oficiales han tomado conciencia de su importancia en la formación de la personalidad, como fomentadora de la creatividad y transmisora de valores ; escritores, ilustradores y editores se han dado cuenta del número potencial de lectores dentro de este segmento de población y de la exigencia de los mismos y, conscientes de que el público joven “que no ha sido captado a edades tempranas difícilmente lo será después”, tienen especial interés en su conocimiento para elaborar una producción que se adecue al mismo.
Las obras de la Literatura Infantil y Juvenil (en lo sucesivo, LIJ) tienen valor y entidad en sí mismas, son entidades semióticas de categoría estética y su funcionalidad no es necesariamente la de servir de vía secundaria de acceso a la «gran literatura»; más bien hay que destacar y matizar que sirven para formar al individuo como lector, en todo su valor, precisamente porque en estas obras las cualidades semióticas de la (gran) literatura ya está en ellas.
Toda obra literaria prevé un lector implícito, es decir, un tipo de lector que se supone un destinatario capacitado para construir el significado y para reconocer las peculiaridades de los usos lingüístico y artístico desde la perspectiva estética. Las obras de la LIJ prevén también su particular lector implícito, según los intereses lectores y grado de desarrollo de las capacidades receptivas de niños y jóvenes (aspecto que, en ocasiones, ha sido utilizado para definirlas y diferenciarlas de otro tipo de producciones).